Después de coger, o mejor dicho robar aquel maravilloso vestido...
-Marchémonos, hay una posada al final de la calle donde me estoy hospedando. (dijo William)
....
Ya en la habitación de William, pude ver como vivía él. Era muy ordenado. Todo estaba limpio. Le gustaba el arte, tenia cuadros en las paredes, que seguro no pertenecían a aquel caserío, tenía muchas lienzos sobre la cama y en el escritorio, me acerque hasta éste y vi que los bocetos que había dibujado eran de una chica, ¡era yo!. Había cientos de ellos. Me había dibujado en mi ventana, en el lago, en la calle, me había dibujado en la biblioteca de mi casa,…
Me volví hacia William, le mire a los ojos, el se había tumbado en la cama, estaba de lo más arrebatador, era muy sexy. Su boca era muy provocativa, estaba sonriéndome.
Aquel gesto me cautivo, yo en su lugar estaría avergonzada, pero parecía que a él le encantaba que hubiese descubierto aquello. Se enorgullecía de la obsesión que tenía conmigo y se jactaba de ello.
Se levanto y me acaricio el hombro, me miro a los ojos, empezó a olerme y a tocarme la espalda, sus instintos animales estaban floreciendo, seguí su mirada con la mía, me ardía el estómago, parecía que tenía una orquesta en mi interior.
William era perfecto, su rostro era el de un Dios, su piel era de una tez blanca, era como si estuviese esculpido en mármol, tenía una pequeña cicatriz que le atravesaba la ceja izquierda y se la dividía en dos partes. Hasta esa pequeña imperfección hacia que su rostro fuese más interesante, más morboso, más sugerente, cada gesto era provocador. Arqueo sus cejas percatándose de que le estaba contemplando. Era consciente de que yo lo deseaba. Me apretó contra él y en un instante todo su cuerpo estaba en contacto con el mío. De repente vi el espejo del cuarto, aparecíamos los dos, eso también aplastaba de un golpe que los vampiros no se reflejaban. El estaba arrebatador muy bien vestido, su pose era la de un caballero, su espalda era ancha, sus brazos fuertes. Y yo a su lado parecía un fantasma sacado de un cuento de Edgar Allan Poe, estaba completamente cubierta de barro, había tierra seca en mi cabeza, mi cabello parecía un manojo de nudos. El vestido blanco que me había puesto para el baile, ahora era de un color marrón extraño, era un adefesio por completo y lo peor: a William se lo tenía que parecer. Tuve la urgente necesidad de asearme, vestirme y maquillarme, no me podía consentir que mi Dios tuviese esa imagen de mí.
-¿Dónde está el baño?
-Es esa puerta, ¿quieres que te acompañe?
No le conteste. Entre en el baño y me desnude, me contemple en el espejo, era verdad que era mucho más guapa, hasta mi pelo era más bonito aunque estaba cubierto de barro y tierra. Fue lo primero que lave, cuando ya reconocía mi melena como mía, cogí agua del recipiente de aseo y empecé a asearme. De repente y sin previo aviso, William entro en el baño, cogió una toalla la humedeció y empezó a frotarme la espalda. Sus manos me tocaban la espalda desnuda y me estremecía con su tacto, necesitaba besarlo ya, cuando iba a girarme, recordé que estaba desnuda y me lo pensé dos veces, seguí aseándome y tapándome como podía con las toallas. Por aquella época darse un baño se trataba de enjabonarse el cuerpo con una toalla y enjuagárselo con otra, después secarse.
William seguía frotándome la espalda con delicadeza y cariño. Cuando estuvo limpia cogió una toalla grande y me envolvió en ella. Me giro y me puso frente a él. Empezamos a besarnos, me volví loca de pasión, lo agarre fuerte contra mi.
-Ey, Mina, ten en cuenta que eres una vampiresa muy joven, tienes mucha fuerza y no la controlas bien.
Me sentía abrumada por todas las lecciones que me estaba dando, lo necesitaba a él, pero en este momento no quería que hablase.
-¡Para de darme lecciones!
Me tomo en brazos, como si yo fuera una hoja de papiro, sin el más mínimo esfuerzo, salimos del cuarto de baño y me tumbo en la cama. Nos besamos durante lo que me pareció un segundo. Éramos dos amantes dejándonos llevar por el dulce delirio del amor y la pasión…
“Pasión. Está dentro de todos nosotros. Durmiendo, esperando, y aún sin desearlo, sin pedirlo, se desata, abre sus fauces, y aúlla. Nos habla, nos guía. La pasión nos gobierna a todos, y nosotros obedecemos ¿Qué remedio nos queda?”
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