domingo, 14 de marzo de 2010

Crítica de Daybreakers

Agarrar un género tan sobreexplotado como es el vampírico, darle un par de giros, ponerlo del revés, sacudirlo hasta dejarlo aturdido, y volverlo a voltear hasta lograr un producto final digno, original y novedoso, se me antoja algo así como reinventar la dichosa rueda. Una quimera…

Los australianos hermanos Spierig, autores de aquel divertimento con aires de serie Z titulado Undead (2003), lo han intentado, y si bien la rueda no la han reinventado (ni falta que hacía), sí han logrado con Daybreakers llevar a cabo una muestra de cine de colmillos sugestiva y sobrada de atractivo, a la altura de las dos primeras entregas de Blade.

Argumento

En 2017 la sociedad vampírica domina el mundo. Los últimos supervivientes de la raza humana (relegada al primer – y único – escalafón de la cadena alimenticia) son confinados en granjas dónde se exprime hasta la última gota de sangre de sus cuerpos.
Pero el suministro de sangre se agota. La humanidad está en peligro de extinción, las provisiones de sangre escasean, y la perdurabilidad de los vampiros pasa por encontrar un sustitutivo a la sangre válido para el consumo o hallar una cura definitiva al vampirismo (¿el vampirismo se cura?).

El arranque de Daybreakers es fabuloso. De una manera mucho más austera, sutil y elegante en lo formal de lo que cabría esperar por parte de los hermanos Spierig (a tenor de lo ofrecido en su ópera prima), se nos muestra una civilización de vampiros cuyo modo de vida y cuya cotidianidad debe adaptarse a una serie de clichés, convenciones y pautas de conducta que responden a las normas impuestas por el propio subgénero de los vampiros: automóviles adaptados para ser conducidos a plena luz del día, tenderetes ambulantes que dispensan el ansiado líquido rojo, espejos especiales que sí reflejan la silueta del vampiro… Y junto a estos elementos, toda clase de carteles, programas televisivos, periódicos… que vienen a reforzar, casi de manera subliminal, esa idea de una nueva sociedad de chupasangres. Son toda una serie de detalles quizás algo pueriles o simplistas, pero que, en su conjunto acaban resultando tremendamente seductores y efectivos a la hora de captar nuestra atención y sumergirnos en el particular universo que nos propone Daybreakers.

La magnífica puesta en escena de los hermanos Spierig se encuentra a medio camino entre la sobriedad de la siempre subestimada Gattaca (Andrew Niccol, 1997), con la que Daybreakers comparte además protagonista (Ethan Hawke), y el homenaje al cine negro con tintes futuristas de la soberbia Dark City (Alex Proyas, 1998). En este sentido, rotundo –y quizás inesperado- acierto de los hermanos Spierig a la hora de dotar a Daybreakers de un aspecto visual totalmente acorde con los objetivos perseguidos. Incluso aciertan en el uso de los efectos especiales y de maquillaje, evitando que Daybreakers transmita esa dolora sensación, tan común en los tiempos que corren, de ser un innecesario desfile de efectos CGI que embotan nuestros sentidos (por lo visto, los hermanos Spierig convencieron a la productora para abaratar costes de producción a cambio de ser ellos mismos los encargados de realizar buena parte de los efectos de la película).

A nivel argumental es obvio que la situación planteada por Daybreakers, una sociedad de vampiros al borde del colapso por la nefasta administración de su principal fuente de alimento, y su incapacidad para encontrar un recurso alternativo, darían para edificar un par de discursos ecológicos (la necesidad de energías renovables) y de crítica hacia el capitalismo (el papel de las grandes corporaciones en la explotación de los recursos “naturales”). Pero mucho me temo que esa no fuera, ni mucho menos, la intención última de los australianos.
Más allá de metáforas demasiado evidentes, Daybreakers triunfa en su condición de simple (en el mejor de los sentidos) pero contundente entretenimiento con regusto a serie B (pese a su holgado presupuesto y su plantel de actores), que intenta, por todos los medios (y lo consigue tan sólo a medias), darle un nuevo giro de tuerca al género vampírico.

Daybreakers un plato de agradable degustación: la exquisitez con la que describe una sociedad de vampiros en la que el hombre está condenado a la extinción (aunque, en realidad, esa sociedad que describe Daybreakers tampoco se me antoja tan distinta a una sociedad humana actual), el interés que despiertan la mayoría de sus personajes principales (en especial el hematólogo interpretado por un correctísimo Ethan Hawke), la participación de dos pesos pesados de la interpretación como son William Dafoe, haciendo bueno un personaje que en el tramo final de la película se diluye, y Sam Neill, magnífico en su papel de villano de la función, unos efectos especiales y un maquillaje rotundamente acertados (pese a que no vamos a descubrir nada nuevo en ellos); y las convincentes y muy disfrutables secuencias de acción que pueblan la trama (incluído algún que otro guiño a los amantes de la sangre… y en esta ocasión no me refiero a vampiros).

Daybreakers: si bien no supone una revolución al género vampírico, sí creo que hará las delicias del aficionado a los colmillos, la ciencia-ficción y la acción con regusto a serie B clásica. Entretenimiento asegurado.

(Fuente web: Almas Oscuras http://www.almasoscuras.com/ )

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